Todas nosotras nacemos con un deseo natural de
aceptación, desde pequeñas queremos ser la favorita de nuestros padres, tíos,
abuelos. En la escuela buscamos encajar en algún grupo, transformamos nuestra
forma de actuar, vestirnos, de hablar solo para no desentonar con el de la
mayoría. Buscamos ser aprobadas por los demás. Esta inseguridad emocional nos
lleva a no estar contentas con quienes somos y a pensar que, si tan solo podemos
lucir como alguien más, podríamos ganar afecto o aprobación.
Es la joven
que está luchando entre dos aguas: si vestir de acuerdo a la modestia o
seguir las modas de sus compañeras de clase, la esposa que vive intranquila
pensando que cosa más hacer para ser calificada como la mejor esposa, la chica
soltera de más de 28 años que decidió iniciar una relación de noviazgo solo
porque todas las de su edad ya están casadas, es quien piensa que es mejor
persona por los ascensos laborales, un buen salario o un master más en su
currículo y no por ser mejor Cristiana, somos muchas de nosotras que nos
quedamos calladas ante situaciones en las que deberíamos mostrar nuestras
convicciones al mundo, por no desagradar o aquella Hermana en Cristo que
participa activa y fielmente en varios ministerios y grupos en la iglesia tal
vez porque así será percibida como espiritual y consagrada.
Es cosa de todas…
Yo me he sentido así y pienso que cada mujer en
este mundo también, no en vano somos hijas de Eva. Ella vivía junto a su marido
en el mejor lugar que haya existido. Con todas sus necesidades físicas y
afectivas cubiertas…pero aun así Satanás la sedujo a pensar que había algo que
necesitaba, eso era “ser como Dios”, al creerle a Satanás tanto el hombre, como
la mujer cayeron en el mayor error que jamás se halla cometido. Allí perdieron
su identidad, la cual estaba en Dios mismo, ya que fueron creados a su imagen.
El pecado se introdujo y aquellos que antes solo debían vivir para agradar a
Dios, ahora vivirían para agradar a los demás. Junto a su corazón pecaminoso
vinieron las inseguridades, la baja y alta autoestima (orgullo), la vergüenza,
el miedo al qué dirán, la presión de grupo y todas aquellas disfunciones de las
que se nos habla tanto en estos días.
Podríamos pensar que estoy escribiendo solo para
aquellas mujeres que aún no han conocido a Cristo, que aún están bajo el
dominio de Satanás, pero no es así. Si es cierto que el ideal sería que cuando
recibimos el evangelio y nos arrepentimos de nuestros pecados, comencemos a
vivir una nueva vida, cuya identidad es Cristo y por ende nada le falta, pues
Jesucristo basta (como dice la alabanza), pero sucede que no es así en la
mayoría de los casos. Nuestra vieja mujer que está viciada por los deseos
engañosos continúa luchando para imponerse y con ella traer al presente
nuestros viejos hábitos.
El evangelio es el remedio
Antes de conocer a Cristo, andábamos errantes sin
un centro, norte o esperanza. Pero ahora que hemos sido halladas por El,
llamadas y amadas. Nuestra vida es diferente, se ha llenado de colores y nuevas
fuerzas. Su gracia se ha manifestado de multiformes maneras, siendo Cristo el
objeto ahora de nuestra identidad. En el estamos, somos y nos movemos, nuestra
vida esta escondida en El, fuimos hechas por El y para El. Y nuestra mayor
esperanza es que un día estaremos junto a Él, para vivir por siempre. Cristo es
quien llena toda necesidad del alma humana, si estamos hambrientas de
aprobación es porque aún no estamos viviendo lo que profesamos de forma plena.
En él lo tenemos todo, dice la palabra que no han sido dadas todas las cosas
que pertenecen a la vida y a la piedad…tal vez es que lo que estamos buscando
son cosas que no son piadosas por eso nos sentimos vacías.
El evangelio también nos libra de querer
aparentar ser quienes no somos en realidad, no necesito hacer cosas para lucir
más piadosa, inteligente, disciplinada o espiritual. Pues nada se trata de mí,
todo se trata de Cristo y su obra. Él es el Santo, el Sabio, el Omnipotente y
todos los superlativos que pudiéramos imaginar en los calificativos que
distinguen a nuestro Dios. Y todo eso lo ha compartido con nosotras. Cuando
creemos la justicia de Cristo es puesta sobre nosotras y nuestro pecado queda
en el olvido, por una nueva mujer creada según Dios (en justicia y santidad).
Cristo sabe quiénes somos (pecadoras, malas, que no deseamos nada Bueno), aun
así, nos escogió para salvación. Dios nos hizo aceptas en el amado, esa es la
única aprobación que es verdaderamente importante.
El buscar en otros lo que solo debemos hallar en
Cristo se convierte en una tarea extenuante e infructífera. Descansemos en
Cristo, en su amor, su perdón, su redención. Él nos ha aprobado en El mismo…
¿Que más necesitamos?
Muchas gracias por la reflexión, gracias por compartirla . Bendiciones desde Gran Canaria España.
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